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Jaco Pastorius: Una leyenda del bajo



  11 de septiembre de 1987. Un hombre pretende entrar en una discoteca. Aunque es joven, no presenta muy buen aspecto y puede decirse que atraviesa sus horas más bajas; de hecho acostumbra a dormir en un parque. El portero del local le impide acceder. El hombre enfurece y, mientras profiere insultos, comienza a patear una puerta de cristal. Cuando ve que los encargados de seguridad se le echan encima, trata de huir, pero le alcanzan y empiezan a golpearle. Él ni siquiera intenta devolver los golpes; parece completamente rendido e indefenso. Pero eso no detiene al portero, un cinturón negro de kárate que se ensaña ante el horror de los presentes. Le propina una paliza que le rompe varios huesos de la cara y el cráneo, además de un brazo. Los golpes son tan brutales que incluso uno de los ojos de la víctima se desplaza de su cuenca. Todo por patear una puerta. Inconsciente, el hombre es llevado a un hospital, donde se le declara en estado de coma. Durante varios días permanece allí, mientras sus familiares tienen la esperanza de que pueda llegar a recuperarse. Pero las heridas son demasiado graves y después de varios días de tensa angustia una hemorragia interna detiene toda actividad cerebral. Su cuerpo aún vive gracias a la respiración asistida, pero los médicos hacen un trágico anuncio a la familia: ya nunca volverá a despertar. Aunque su corazón late, su mente no volverá a funcionar. Diez días después de haber recibido la paliza, los padres del infortunado individuo acceden a seguir el consejo del personal sanitario y retiran la respiración asistida. Así murió, a los treinta y cinco años de edad, Jaco Pastorius. ¿Les suena el nombre? Seguro que sí. Fue uno de los músicos más influyentes y respetados del mundo; el llamado «Jimi Hendrix del bajo» o, como se decía en la nota funeraria del New York Times, «un Monet con sentido del ritmo». Pastorius había revolucionado el bajo eléctrico durante la segunda mitad de los años setenta, llevando el instrumento, hasta entonces poco más que el discreto acompañamiento de los instrumentos solistas, a la primera línea de protagonismo. Su meteórica carrera, de una brillantez apabullante, terminó siendo interrumpida por problemas psicológicos que permanecieron durante varios años sin diagnosticar y que, sumados a un cada vez más caótico estilo de vida, lo llevaron a la ruina. Cuando sus allegados confiaban en que lograse superar el bache en algún momento, se produjo la macabra noticia. Podían haber temido una sobredosis, incluso un suicidio, pero lo que de verdad nadie esperaba es que el gran, el formidable, el inigualable Jaco Pastorius muriese asesinado por el matón que vigilaba la entrada de un club. Un final dolorosamente absurdo para un genio de su magnitud.

   John Francis Pastorius III nació en 1951, aunque desde siempre respondió al apodo de «Jocko», que le había adjudicado su madre (lo convirtió en «Jaco» años después, cuando un pianista francés le escribió una carta con el apodo así transcrito, lo cual le hizo tanta gracia
que lo adoptó como propio).  En cualquier caso, Jaco era un niño entusiasta cuyas principales pasiones eran el deporte (el béisbol, el fútbol americano) y sobre todo la música, para la que mostró desde muy temprano una gran inclinación y también grandes dotes. Solía escuchar a todas horas un pequeño transistor con el que llegaba a captar emisoras de la cercana Cuba; la música cubana se convirtió en una de sus grandes influencias, aunque Jaco siempre recordó con énfasis que en Florida, mientras él crecía, no existían las restricciones estilísticas que sí se daban en otras partes del país. Para él no había distinciones de cultura o color
de piel; toda la música era juzgada según los mismos criterios. Aunque le gustaba probar varios instrumentos, como la guitarra o el saxofón, la percusión fue su primer amor. En sus horas libres repartía periódicos sin descanso, hasta reunir dinero suficiente con el que comprar una batería a su medida. Empezó a tocar en bandas adolescentes, pero cuando tenía trece años se lesionó la muñeca mientras jugaba al fútbol («mi mano izquierda casi se separó del resto del brazo»). Tras recuperarse, descubrió que ya no tocaba la batería como antes. Esto hizo que perdiese el puesto en el grupo donde tocaba; sin embargo, cuando el bajista se marchó, decidió que intentaría ocupar ese puesto. Se compró un bajo Fender y empezó a practicar. Progresó con tanta rapidez que siendo menor de edad empezó a codearse con músicos profesionales de la zona. Se las arreglaba para pisar cualquier escenario; para asombro de sus compañeros de grupo, Jaco conseguía conciertos en garitos frecuentados por negros, en unos barrios donde en otras circunstancias no se hubiesen atrevido a poner el pie. Allí, Jaco era bienvenido por su simpatía y don de gentes, y respetado porque el muchacho que sabía tocar.


Atraído por el jazz, ahorró de nuevo, esta vez para comprarse un contrabajo. Esto, de manera indirecta, terminaría originando el estilo que le hizo famoso. Se estaba aficionando al sonido particular de ese instrumento, cuyo mástil no tiene trastes, cuando un día la madera de la caja de resonancia se quebró por culpa del calor y la humedad tan típicos de Florida. Jaco empezó a echar de menos ese sonido, pero no tenía dinero para comprar otro contrabajo. ¿Solución? Decidió quitarle los trastes al mástil de su bajo eléctrico, rellenando después los huecos con una resina que se utilizaba para la reparación de embarcaciones. Así nació su famoso «Bass of Doom», el bajo con el que empezó a tocar a todas horas, con el que grabaría durante toda su carrera, el que le acompañó durante toda su vida (al menos hasta que, un año antes de morir, en la época en que ya deambulaba por las calles, se lo robaron en un parque neoyorquino). Lo cierto es que cuando Jaco era un adolescente, los bajos eléctricos sin trastes o fretless ya se comercializaban, pero eran utilizados de manera esporádica, como una alternativa puntual al bajo convencional. Él, sin embargo, desarrolló todo su estilo tocando con su bajo fretless, y esto, con el tiempo, ayudaría a distinguirlo de todos los demás bajistas de su generación. No tardó en descubrir que nadie sonaba como él, ni en Florida, ni en cualquiera de los discos que pudiese escuchar o de la música que sonaba por la radio. El jovencísimo Jaco tenía tanta confianza en sí mismo que, durante una conversación con su hermano pequeño Rory, hizo lo que para él constituía una revelación de enormes proporciones. Mirando a los ojos a su hermano, le dijo muy serio: «Rory, tío, soy el mejor bajista del mundo». Su hermano le respondió con igual seriedad: «Ya lo sé». Aquel cándido concepto de su propia grandeza se mantuvo durante sus años de gloria; aunque escondía sus inseguridades, también le confería el necesario valor para salirse de todas las normas.

Creciendo en Florida, nunca nadie me dijo: «tienes que tocar jazz» o «tienes que tocar blues». Yo me limitaba a escuchar. Lo que me gustaba, me gustaba. Y lo escuchaba todo, desde Elvis a Miles Davis. Florida es genial porque no existen los prejuicios musicales. Mi familia se mudó a Florida cuando yo tenía siete años y allí empecé a escuchar a grupos de percusión, a bandas cubanas, a James Brown, a Sinatra, a los Beatles. Lo oía casi todo por la radio. (Jaco Pastorius)


   Durante su adolescencia se curtió tocando con diversos músicos de la región; hizo una audición para la banda de Wayne Cochran, quien le puso delante unas partituras y le hizo interpretar un tema. Cochran dedujo de inmediato que Pastorius no sabía leer música, porque no lo vio echar un solo vistazo a los papeles que tenía delante. Aun así, Jaco lo hizo tan bien que no dudó en contratarle. Más tarde, cuando Jaco quiso enrolarse como estudiante en la facultad de música de la Universidad de Miami, y a pesar de sus evidentes carencias teóricas, los profesores descubrieron que su nivel técnico era tan avanzado y sus conocimientos sobre diversos estilos tan amplios, que teniendo solamente veintidós años la propia facultad lo reclutó como profesor de bajo. Así conoció a otro profesor prodigioso, un chaval de diecinueve años, Pat Metheny, que tocaba la guitarra y que también era tan bueno que terminó convirtiéndose en profesor. Pastorius y Metheny se harían famosos por separado, pero eran amigos desde aquellos tempranos años. La primera vez que Metheny, recién llegado de Kansas y con muy poca experiencia musical, vio tocar a Jaco, no pudo creer lo que estaba presenciando: «Mi primera reacción al escucharle fue pensar: ¿hay gente así en todas partes? ¿Es esto lo normal? Quizá debería subirme al autobús y volver a Kansas City». Formaban una curiosa pareja; según Metheny, tenían una relación «volátil». Cuando tocaban juntos, Jaco tenía a todo el mundo a sus pies, pero Pat era el único que parecía crítico, pensando más en las piezas que acababa de escribir que en las inexplicables filigranas de su amigo. Ambos jóvenes prodigios fueron descubiertos por el legendario pianista de jazz Paul Bley, quien de inmediato captó su potencial, aunque ellos quedaron estupefactos cuando este les propuso grabar un disco junto a él.

   El verdadero debut en solitario de Jaco, titulado Jaco Pastorius, se publicó en 1976. No le hizo famoso a nivel popular, todavía, pero tomó a los bajistas (y al mundo del jazz) por sorpresa. Aquel joven músico de veinticinco años sonaba como ningún otro bajista había sonado antes. Pero además el disco no tenía desperdicio. La grabación empezaba con una versión del «Donna Lee» de Charlie Parker, que servía sobre todo para desvelar al mundo el timbre único de su manera de tocar y su virtuosismo, pero lo mejor llegaba después con temas como «Portrait of Tracy», donde Pastorius hacía un uso de los armónicos inédito en un bajista, o «(Used to Be A) Cha Cha», donde mostraba la manera tan peculiar en que había asimilado las influencias cubanas. O qué decir de la fascinante «Kuru / Speak Like a Child», con su maravillosa mezcla entre jazz de tintes caribeños y arreglos orquestales. Aunque también había un tema funk más asequible destinado a ejercer de gancho para los oyentes más casuales, la irresistible «Come On, Come Over», al que ponían voces nada menos que las leyendas del soul, Sam & Dave, y donde Herbie Hancock se encargaba de los teclados. Es uno de los temas que pueden servir para introducir a un profano en el mundo de Pastorius.



  Jaco Pastorius estaba revolucionando su instrumento, pero casi nadie lo sabía. Todo lo que necesitaba era una plataforma con la que darse a conocer entre un público más amplio. La oportunidad llegó cuando fue a ver el concierto de Weather Report, la exitosa banda de jazz de fusión liderada por el austriaco Joe Zawinul, antiguo colaborador de Miles Davis.  El grupo, en el que también militaba Wayne Shorter, era uno de los más populares del estilo y de hecho estaba ganándose un público cada vez más amplio. Pues bien, tras finalizar la actuación, Jaco se acercó a Joe Zewinul y se presentó de la manera que él consideraba más conveniente: «Hola, me llamo John Francis Pastorius III y soy el mejor bajista del mundo». Zawinul, a quien no caracterizaba la simpatía precisamente, le respondió con un seco «vete a tomar por culo de aquí». Sin embargo, Jaco consiguió iniciar una conversación e insistió en que el teclista escuchase sus grabaciones, cosa a la que este accedió finalmente. Cuando Zawinul estaba oyendo a Jaco en su habitación de hotel, el que entonces era bajista de Weather Report, Alphonso Johnson, pasó por delante de la puerta y quedó sorprendido por lo que estaba escuchando: «Empecé a sentir que mis horas en Weather Report estaban contadas», recordaría con sorna. En cualquier caso, Johnson terminó dejando el grupo no mucho después, descontento con su funcionamiento interno. El abandono se produjo mientras estaban grabando su nuevo álbum. Zawinul no dudó a la hora de llamar a Pastorius para cubrir el hueco.


   Su llegada a Weather Report fue providencial. El estilo del grupo estaba evolucionando y todo lo que necesitaban para alcanzar la perfección era un músico tan libre de restricciones estilísticas como Pastorius. Era justo lo que necesitaban para ampliar sus horizontes. Su aportación ya se dejó notar considerablemente en el disco Black Market, de 1976; aunque únicamente tocó en dos temas, aportó una composición propia que anticipaba el futuro sonido del grupo, «Barbary Coast». En el siguiente álbum, Heavy Weather, Jaco ya era un miembro completamente integrado en el grupo, aunque su ímpetu chocaba con la férrea dictadura creativa de Zawinul, con quien mantenía una extraña relación ambivalente.




   Por aquel entonces también la cantante y compositora Joni Mitchell andaba a la búsqueda de un bajista. Joni tenía un problema con su banda habitual; ella pretendía grabar una música más compleja, pero sus músicos no conseguían entender lo que pretendía. Su bajista, sobre todo, pensaba que se le estaban reclamando extravagancias. Mitchell estaba cansada del estilo plano de bajo que había caracterizado el pop-rock de los sesenta y setenta, un estilo que le parecía pobre en comparación con las dinámicas líneas de bajo en el jazz o el funk. Sin embargo, tampoco quería exactamente un bajista que se limitase a trasladar esos estilos a su música. Lo que ella buscaba era alguien que pudiese crear una interacción más compleja con las melodías vocales, que supiese armonizar de manera más rica, que fuese más allá de las notas típicas que componen el esqueleto de cada acorde. Un día, teniendo una de sus habituales discusiones con su bajista al respecto de esto, el tipo le dijo: «No voy a tocar esas cosas raras que pides. Además, ya hay un bajista que hace esas cosas raras. Se llama Jaco Pastorius. Llámalo, te gustará». Picada por la curiosidad, Joni llamó a Pastorius. En cuanto se pusieron a tocar, rápidamente se dio cuenta de que aquel era el músico que necesitaba. El resultado de aquella colaboración era otro de los puntales con los que Pastorius terminaría ejerciendo una indeleble influencia sobre los bajistas posteriores. Por ejemplo, en la canción que daba título al álbum, «Hejira», donde el bajo, en vez de ejercer solamente como mero cimiento, se mezclaba con el resto de armonías, demostrando la mentalidad orquestal con la que Jaco concebía su aportación a las canciones.

   Jaco estaba viviendo los momentos más felices de su vida. Casado con su novia del instituto, tenía dos hijos y llevaba una existencia despreocupada. Su prestigio como músico crecía a pasos agigantados. El mundo de la música empezaba a conocerle, y cuanto más se le conocía, más parecía el principal candidato a ocupar el trono de los bajistas. Se estaba convirtiendo en un símbolo de la caída de barreras entre géneros. Por lo demás, Weather Report continuaba con sus exitosas giras y en el siguiente álbum, Mr. Gone, Jaco aportó dos nuevas de sus particulares composiciones, «Punk Jazz» y «River People». Todo iba bien. Hasta que dejó de ir bien. Cuando surgieron los problemas, nadie a su alrededor supo muy bien cómo reaccionar. El carácter de Jaco siempre había sido extrovertido y algo excéntrico, esto no era una novedad para nadie. Bromista y juguetón, le gustaba comportarse como un crío.


   Por lo demás, era un tipo responsable y por ejemplo estaba muy entregado a su vida familiar; como su padre había sido músico y por causa del estilo de vida había abandonado a los suyos, él no quería caer en los mismos errores. Sin embargo, el carrusel de la fama lo absorbió. Empezó a beber y tomar drogas; sus fiestas cada vez se alargaban más, a veces durante días enteros. Su aureola de individuo imprevisible pasaba de boca en boca y le hizo caer en una espiral similar a la de Keith Moon; quienes querían estar de fiesta con él esperaban que les sorprendiese con alguna nueva locura. Pero mientras ellos se iban a casa a descansar, Jaco continuaba de marcha. Pero había más. Es difícil determinar si ese tren de vida ayudó a despertar unos problemas psicológicos que ya estaban latentes, lo cual es probable, pero lo cierto es que la conducta de Jaco fue empeorando. Se separó de su mujer, se volvió a casar y tuvo gemelos, pero las cosas no mejoraron. Más allá del alcohol o las drogas, tan habituales en el negocio, había algo que desconcertaba incluso a sus compañeros jolgorio. El humor de Jaco había empezado a cambiar de manera cada vez más radical e imprevisible. Empezó a tener arranques de megalomanía mística que ya no se parecían a la egolatría adolescente de otros tiempos, y que iban seguidos de momentos de hundimiento en los que Jaco parecía venirse abajo por completo. Esto arruinó su segundo matrimonio y enrareció por completo el ambiente en Weather Report.


   Jaco, que en cualquier caso tenía ganas de formar una banda propia, en 1981 firmó un suculento contrato con Warner Bros. para así grabar su segundo disco en solitario, Word of Mouth. El disco contenía cosas tan curiosas como una versión de los Beatles, «Blackbird», u otra muy sorprendente de Johann Sebastian Bach. O la no menos sorprendente «John and Mary». Pero nada de esto era lo que la compañía esperaba de aquel disco. Habían confiado en que Jaco grabase algo más parecido a su primer disco en solitario, más centrado en su virtuosismo técnico y no tanto en la composición de arreglos. Estaban decepcionados. Para colmo, les entró el pánico cuando Jaco insistió en abrir el álbum con «Crisis», una nerviosa pieza que los músicos habían grabado ¡sin escuchar lo que hacían los demás! La verdad es que es una pieza fascinante, y desde luego mucho más asequible que algunas de las locuras que había grabado John Coltrane, por ejemplo. Aunque Pastorius se salió con la suya, en Warner respondieron no dándole al disco el apoyo que su protagonista creía merecer.

   La caída a los infiernos del divino Jaco Pastorius parecía no tener final, hasta que regresó a Florida, donde su mujer y sus hermanos consiguieron por fin que aceptase ingresar en un hospital. Aquel noble intento no duró demasiado. Al poco tiempo, Jaco salió y cuando todos querían darse cuenta, volvió a estar durmiendo en un parque. De nuevo se negaba a recibir ayuda. Nadie sabía qué hacer para sacarlo del hoyo; no se veían capaces de conseguir mucho más que agarrarse a la idea de que quizá el paso del tiempo le devolvería algo de equilibrio, como pasaba con otros pacientes. Pero era demasiado tarde, no por culpa de la enfermedad, sino del arrebato criminal de un portero de discoteca. Una mañana se despertaron con la noticia de que una paliza lo había dejado en coma. Menos de dos semanas después, Jaco Pastorius moría. Su asesino se libró de la condena por asesinato, que pasó a condena por homicidio, y terminó cumpliendo solamente cuatro meses de prisión.

   La existencia de Jaco Pastorius fue algo fuera de lo común, extrema para lo bueno y extrema para lo malo. Supongo que nadie supo nunca qué pasaba por su cabeza; quizá otros pacientes de la misma enfermedad puedan entender algo, no lo sé, pero para la mayoría de nosotros su declive es un enigma. Aunque mayor enigma todavía constituye su deslumbrante talento. El hombre que había revolucionado el universo de un instrumento, algo que se dice pronto, pero que constituye una hazaña cultural única por definición. La magnitud musical de Jaco Pastorius es infinitamente mayor que su fama. En cualquier caso, lo mejor es recordarle en su punto más alto, cuando pisaba los escenarios con la actitud despreocupada de quien está en un ensayo haciendo algo para lo que posee una facilidad innata de la que carece el 99’9% de los mortales. Sonriendo, como si la enormidad de su incomparable talento le hiciese gracia incluso a él mismo. Este es el Jaco Pastorius que todos deberíamos recordar siempre.


   aquí una muestra de este monstruo del bajo








 articulo extraído de la página www.JOTDOWN.es.


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